Seguimos mirando a nuestro barrio. Esa estela de calles cortadas entre sueños y alborotos de un día festivo. Seguía aun el nerviosismo de descubrir una ciudad. Aquella extraña dicha que se siente cuando surcas mundos desconocidos para ti. Allí entre paredes raídas por el tiempo. Sol tímido. Y adoquines cuadrados. Buscamos ambos un lugar donde surtirnos de comida. Recordaré siempre la luz de aquel mediodía de otoño. Aquella luz de todos los Santos. Que reflejada en sus ojos me inundó de dicha mientras unos niños jugaban a la pelota. La luz de aquel 850. El mismo coche, no el mismo color, que nos llevó con cinco años a Zufre atravesando la cuesta de las Doblas en un ejercicio de deporte de riesgo. Allí donde el sol se reflejaba el Trastevere era como una suave brisa que inundaba los sentidos. Ya llegarían más cosas. Y en mi barrio. Cosas que espero poder seguir contando más adelante.
sábado, 8 de noviembre de 2008
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1 comentario:
Te veo inspirado. Te ha sentado bien el viaje pero, sobre todo, la compañía.
Un saludo.
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