jueves, 20 de noviembre de 2008

Y LLOVIÓ


De repente mi rodilla empezó a gritar. Dios la que va a caer, pensé. Conforme íbamos buscando el camino de regreso se abrió el cielo. Y comenzó el diluvio. Algo parecido a lo que debió de sentir Noé. Mi paraguas se rompió. Y Ella empezó a notar como el agua la asaltaba sin piedad. Nos metimos en un hueco que había en la pared al refugio del diluvio. Allí descubrí su cara mojada y hermosa como un prado al amanecer. Era natural viva y despierta y con un brillo especial. Su mirada a pesar de la lluvia era espectacular. Ahí tiré adelante. Esa hermosura a mi lado y en Roma que importaba la lluvia. Al fin y al cabo sólo era agua lo que caía del cielo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ho bisogna di più Gesù